4/18/2006

El fenómeno Ollanta

Corría octubre de 2005. En una fría oficina se encuentran reunidos Ollanta Humala y un consultor anónimo. Ollanta se ha animado a postular a la presidencia de la república y pide algunos consejos sobre cómo orientar su campaña electoral. El consultor ametralla sus consejos sin parar: “Dile a tu padre que hable de liberar a los terroristas; a tu madre, de fusilar a los homosexuales; a tu hermano Antauro, de tomar los medios de prensa; a Ulises, que funde su propio partido. Después niega todo y cállalos.

Gánate la amistad de Hugo Chávez, ensalza la figura de Juan Velasco Alvarado, haz que acusen a Torres Caro de acoso sexual y que Abugattas miente la madre a Eliane Karp. Además, que un parapente baje a la mitad de un clásico U-Alianza. Por supuesto, no hagas ninguna propuesta concreta y presenta tu plan de gobierno cuando quede muy poco para el 9 de abril. Eso sí, habla como militar y promete mano dura para los corruptos”. Ollanta apunta todo meticulosamente en una libreta y el visitante se va tan rápido como vino.

Por supuesto que todo esto es ficción y, más parece un argumento de una película de terror serie B, que el consejo de un asesor de campaña en su sano juicio. Humala no ha planeado todo esto, ni mucho menos. Sin embargo, paradójicamente, a pesar de todos estos tropezones, un 30% de los votantes quiere que este señor sea el próximo presidente.

Entonces, ¿el Perú se volvió loco?, ¿es el voto a Ollanta un salto al vacío? Es difícil de entender, pero, a mi parecer, no es nada de esto. Simplemente se ha capitalizado el sentir de la gente más necesitada, el grito de quien está harto de vivir pobremente en un país que se jacta de lo bien que le va.

Los votantes de Humala son gente que ha venido escuchando hasta el hartazgo las cifras macroeconómicas, el “chorreo” y el aumento de la recaudación de impuestos; que ha visto la multiplicación de los centros comerciales y multicines; que ven cómo otros se llenan de 4 X 4 y algunos consiguen depas baratísimos de Mi vivienda; que ven la cantidad de dinero que producen las mineras y que ningún sol –ni uno– es para ellos.

Y es que en realidad, nada de esto es para ellos: siguen viviendo en su “piso” de tierra, sin los servicios básicos más indispensables, siguen trabajando en las micro-empresas (de esas que dicen los candidatos que van a reflotar) sin acceder a seguridad social ni vacaciones, siguen en un barrio peligroso, lleno de pandillas, sin hacer siquiera una denuncia a la comisaría porque saben que no pasará absolutamente nada. Eso un año y otro y otro. Mientras el gobierno de turno saca pecho, firma contratos con empresas extranjeras, tratados de libre comercio y se ufana de ser la economía más estable de Latinoamérica.

¿Alguna vez ha querido mandar todo al diablo? Pues el fenómeno Ollanta es algo parecido, una reacción en cadena de la gente harta de vivir en la miseria y dispuesta a tirar el castillito de naipes de la democracia peruana, con tal de que alguien cambie su paupérrima situación.

Todo este caldo de cultivo ha dado lugar al fenómeno Ollanta; sí, porque Humala es eso: un fenómeno, una casualidad, un producto de esta gran masa descontenta, furiosa, pero, en especial, harta, y esto, Ollanta lo supo aprovechar bien.

Echemos un vistazo al panorama actual, según las encuestas: el candidato que tenía las mejores propuestas, según los votantes, está con los ojos hinchados de no dormir; el de mayor liderazgo está peleando la segunda vuelta; y el que más ha “entendido” a la gente (y las necesidades de ésta) está en primer lugar. Cuentan que, en los primeros viajes proselitistas, Humala no hablaba mucho, sino que le preguntaba a la gente qué necesidades tenía. Muchas de sus reuniones se basan en eso: preguntar y luego decir "con su ayuda sacaremos a esos corruptos" u otra frase por el estilo. Había dado en el clavo.

Sin embargo, como todo fenómeno de masas, Ollanta ha sido alimentado no sólo por ese hastío popular, sino también por el miedo de la clase más pudiente, de los medios de comunicación; en fin, de todos aquellos que ven las propuestas humalistas como peligrosas para la estabilidad democrática.

Si los ponemos en datos de encuesta, aquellos que dicen que su situación económica ha mejorado o está igual que en el 2001, son los que tienen miedo. Los que contestan que están peor, han votado por Humala en esta primera vuelta. En resumidas cuentas: el miedo infla. Sus rivales políticos hacen mal en fomentar ese miedo en la gente porque están produciendo un efecto contrario. Al hablar del “enemigo” lo único que logran es que tenga una presencia universal. Cada denuncia, cada declaración impropia de su padre o madre o hermano en la cárcel, produce un efecto multiplicador inmenso en los medios y genera pánico en un sector de la población. Esto a su vez, se transmite en el famoso boca a boca y hace que el nombre de Humala esté en la mente de todos. Con qué gusto la empleada del hogar habrá marcado la olla, cuando su patrona expresó su temor sobre un futuro gobierno humalista. ¿Se imagina?

La circunstancia actual refuerza esta hipótesis. Justo cuando el Apra y UN pelean por el cupo a la segunda vuelta y hablan de concertación, Humala ha sido dejado de lado por los medios. Con ello, su imagen se va olvidando, el miedo disminuye y también sus posibilidades de ganar. En este preciso instante, todo el Perú está concentrado en quién pasará la segunda vuelta y no en el último escándalo de Ollanta.

Es ahora cuando Humala se muestra acorralado, sin saber qué hacer y no puede moverse hasta que se decida el tema. El fenómeno Ollanta está contenido, como un perro rabioso encadenado, sin poder hacer mucho daño. A lo mejor se anima a llamar a nuestro consultor imaginario.